Cuando el dolor nos aprieta con su abrazo y el sufrimiento, como un huracán, entra en todos los rincones de nuestra vida, desgarrando la esperanza, negando el sentido de lo vivido hasta entonces, y frustrando toda promesa de alegría, allí llega un momento en que es tentador cerrar los ojos, dejándose llevar por esa niebla en la que todo es nada.
Ayer, domingo cuatro de septiembre, sexto día de la Novena a la Virgen de Covadonga –día del Señor Resucitado– la mañana se despertó envuelta en esa niebla que “parece secuestrarnos formas y colores” como dijo en su meditación matutina nuestro Arzobispo, Mons. Jesús Sanz Montes. “Parece”, quiso remarcar una y otra vez, “porque en realidad esa niebla solo nos pone a prueba en nuestra confianza; ya que las cosas allí quedan, aunque de momento nuestra mirada nos las alcance.” En la celebración eucarística de la tarde, una frase de Isaías despejó los ojos empañados de aquellos que –como las mujeres del primer domingo de nuestra historia redimida– despertaron pensando que su camino terminaría en la niebla: ya que la niebla lo que quiere es que pensemos así. “Sed fuertes, no temáis, vuestro Dios viene a salvaros”. Con calma, escuchando la Palabra, se rompe el cerco de las respuestas definitivas, y lo imponderable acontece, dejando paso a una historia que desemboca más allá del dolor, penetrando en el secreto de un Amor que no sería él mismo, si no asombrara a los que envuelve. Don Pedro Fernández García, párroco de Puerto de Vega, pero también capellán del Hospital y delegado de la Pastoral del Mar llevó una predicación que fue un testimonio intenso de lo que el llamó “mi noche de la fe”. “Hoy”, dijo, “traigo a los pies de María, todas las realidades de mi vida que han hecho que esta, este año, fuera vivida en la noche de la fe.” Don Pedro habló de las familias en dificultad, con las que se cruzó por su labor en Caritas, y de lo difícil que ha sido acompañar pastoralmente a los enfermos y los ancianos en el hospital, debido a tantas limitaciones y normas impuestas por el Covid-19; habló también de lo que significa vivir día tras día la angustia de los marineros que no conocen certezas ni seguridad, ni recompensa adecuada por su trabajo. De todo esto quiso hablar, como soltándole a la Virgen lo que un pastor puede llevar adentro, y solo una madre es capaz de entender y acoger, sin juicio ni comentario. Pero, más que esto, don Pedro dio testimonio de un dolor muy personal, que le atravesó el alma en este último año, al perder, casi al mismo tiempo, a su padre y a su madre. La muerte nos interroga a todos, y en cualquier momento de la existencia de cada uno, efectivamente, se presenta como esta niebla de la mañana que viene a poner a prueba nuestra confianza.
El predicador, pero más que él la experiencia de cada uno, lo ha mostrado bastante claro: el centro de nuestra historia está marcado por un signo de contradicción, que es la cruz. Venga en la forma que venga, la muerte, y su insinuante amenaza a todo sentido posible, es el pasaje obligatorio de nuestros caminos personales.