“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” fue la pregunta de Aquel hijo de Mujer, que se sabía hijo de Dios, al tal que le iba pregonando, como haciéndole un favor, “tu madre y tus hermanos están aquí y te llaman”.Lo más hermoso que se vio en Covadonga en estos días, fueron las familias que por allí pasaron. Jóvenes con sus niños y ancianos, empujando cochecitos y sillas de rueda, hacia el altar donde se parte el pan de la vida, que es donde aprende uno a partirse, para servir la vida de aquellos que, no caminando todavía, o no caminando ya, Dios los tiene como su altar privilegiado. Tal vez por el sol, tal vez por ser sábado, muchas familias fueron a Covadonga el quinto día de la Novena a la Santina, cuando un joven sacerdote, con los ojos cada vez más azules, quizás por su mucho mirar a la Madre del Cielo, fue llamado a predicar ese evangelio que a lo largo de la historia logró escandalizar no pocos devotos. Es que hay devoción y devociones, diría san Felipe Neri, y uno crece, como explicó estupendamente don Luis Fernández Candanedo –el joven párroco de Pola de Laviana, con un alma mariana como pocos, y una cara de niño que todavía no se le quita– cuando de las muchas devociones pasa a la verdadera devoción, que es conocer íntimamente a Cristo, en María, hasta llegar a ser “familia suya, familia de Dios”, como dijo más de una vez en su homilía. Ese joven presbítero enamorado de la Virgen, recuerda a otro, que también se llamaba Luis –aunque este era francés– el cual, en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santa Virgen María, regaló a la Iglesia una de las obras más bellas sobre el misterio mariano, y su absoluta centralidad en la revelación cristiana, que muy a menudo se entiende poco, y mal, allí donde se confunde la devoción con las devociones. Por ello, un evangelio “aparentemente duro y áspero, incluso injusto” como dijo don Luis, “nos ayuda.” Porqué nos hace pasar de una idea romántica y algo infantil de María, a un conocimiento de ella que procede de la manera en la que el Espíritu Santo, en nosotros, la mira: María es aquella que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. Don Luis contó de cómo, siendo todavía monaguillo, pero ya perdidamente mariano, casi se enfada con Jesús por esa frase tan fría que le soltó a su Madre, y de cómo fue la teología luego a introducirle en la belleza y la ternura siempre escondidas en estos pasajes evangélicos algo puntiagudos. Son anécdotas de un pastor acostumbrado a declinar la teología que estudió, y que le ayudó, en ejemplos concretos y sencillos, que puedan fácilmente tocar de cerca a todo el mundo, a pesar de lo que uno haya estudiado o no estudiado. Son un signo estos jóvenes curas. Un signo de madurez y de conversión, si uno los mira bien.