El tercer día representa para los cristianos una promesa de plenitud. Es como un punto en la línea del tiempo que anticipa el cumplimiento, o, por lo menos, en cierta manera, lo anuncia.El tercer día de la Novena a la Virgen de Covadonga dio a quienes lo vivieron el sentido del ya y del todavía no, que es el teatro en el que se desarrolla esta historia de María y José fugitivos en Egipto, que la Liturgia del día ofreció a los fieles llegados, ayer también, de los sitios más dispares de la diócesis. “Sal de tu tierra”, fue la primera palabra de la fe que Dios le dirigió a Abraham, para que, después de él, la heredáramos todos, como un estilo de vida. Una manera de estar al mundo, que no se acostumbra a las maneras del mundo. “Sal de tus comodidades, de tus ideas, de tus miedos y esquemas” explicó Don Pedro Martínez Serrano, el presbítero que fue encargado de llevar la predicación en esa tarde del primer día de septiembre. Ese tercer día, que siempre sabe a gloria. Pedro es de los últimos sacerdotes ordenados en la Diócesis de Oviedo. Tiene veintisiete años, de los cuales los últimos dos los pasó, siendo todavía seminarista, como misionero en Albania. Habla con la autoridad humilde de quien sabe que está llevando un ministerio más grande de su persona, algo que sobrepasa lo humano, y desemboca en la muestra de un orden de realidades que, precisamente, confunden al mundo, “ese mundo que es cada vez más una tierra extranjera, un lugar donde nos cuesta reconocernos como en casa”. Es bello oír a un joven presbítero hablar del Cielo “que es el amor, la vida de quienes están unidos a Jesucristo”, como si hubiera ya estado allí y ahora nos lo viene a contar a todos los que al cielo nos asomamos más bien por el deseo; por esa sana inquietud que, de alguna manera, hace que por lo menos lo esperemos en medio de nuestras legitimas insatisfacciones. Sin embargo, la duda es legítima también: ¿habrá estado allí don Pedro? Porqué, no cabe duda, ver a un joven que apunta a un “más”, con una mirada tan clara y despejada, y nada soberbia o ideológica, más bien enamorada, nos clava en la certeza de que esa vida con Cristo es posible, por la misma razón por la que Abraham pudo, en sus días, dejar una tierra suya, pero no del todo (ya que solo sabia a muerte). Es decir: por la fe. “Por la fe”, explicó don Pedro con las palabras de san Pablo, “los patriarcas – y nosotros como ellos – podemos vivir como peregrinos y forasteros en esa vida. Sin ser esclavos de las cosas que nos prometen felicidad, y nunca mantienen, sino puntuando a Cristo, que es el Amor que nos libera, que es el Cielo que deseamos todos”. Ese joven presbítero, asturiano y misionero, no tuvo miedo en tocar las llagas abiertas de nuestra época. “No está lejos de nosotros esa masacre de inocentes del que habla el Evangelio “dijo “cuantos niños abortados, cuanto ancianos objetos de eutanasia en nuestros días, aquí, ahora. Sin embargo, propio en medio de esas guerras que nos rodean, de las crisis y de las esclavitudes que podamos estar viviendo o de las persecuciones que podamos estar sufriendo, propio en medio de lo que la Escritura significa con la imagen de Egipto, justo allí podemos encontrarnos con Dios. Dios ha querido bajar a Egipto, visitarnos en el lugar en que nos sentimos esclavos y perdidos. ¡Animo! Dale nombre a tu Egipto, pero que sepas que allí está María, y por eso, allí esta Cristo Jesús”. Invitándonos a vivir esa fe que es un don del Cielo, el sacerdote, en esa primera tarde de septiembre, nos dio un testimonio de alegría, de entrega, y de confianza en Dios, “que es lo que nos hace capaces de amar, el confiar en Dios”. Un caso, que es el seudónimo de la Providencia como alguien decía, quiso que ese joven cura predicara el mismo día en que, por la mañana, otro sacerdote asturiano, el también misionero por el mundo, concelebraba en el Santuario de Covadonga con el Arzobispo, Don Jesús, una Eucaristía de solemne acción de gracias por los 60 años de una obra que la Virgen María, a él y a un compañero suyo, antaño les inspiró. El sacerdote es el famoso padre Ángel García, fundador de la ONG “Mensajeros de la Paz”. Esa obra, como dijo él, fue querida por la madre del primero y único verdadero mensajero de la Paz, que es Cristo Jesús.